“Gozaos con los que se gozan, llorad con los que lloran”
Romanos 12:15
¿POR QUÉ A MI?
Arthur Ashe, el legendario jugador de Wimbledon, se estaba muriendo de SIDA. Se contagió por medio de sangre infectada administrada durante una cirugía del corazón en 1983.
Recibió cartas de sus fans, uno de los cuales preguntó: "¿Por qué Dios tuvo que elegirte para una enfermad tan horrible?”
Arthur Ashe contestó: Hace muchos años, unos cincuenta millones de niños comenzaron a jugar al tenis, y uno de ellos era yo.
5.000.000 aprendieron realmente a jugar al tenis,
500.000 aprendieron tenis profesional,
50.000 llegaron al circuito,
5.000 alcanzaron Grandslam,
50 llegaron a Wimbledon,
4 llegaron a la semifinal,
2 llegaron a la final y nuevamente uno de ellos fui yo.
Cuando estaba celebrando la victoria con la copa en la mano, nunca se me ocurrió preguntarle a Dios: "¿Por qué a mi?. Así que ahora que estoy con dolor cómo puedo preguntarle a Dios: ¿Por qué a mi?”.
¡¡¡La felicidad te mantiene Dulce!!!
¡¡¡Los juicios te mantienen fuerte!!!
¡¡¡Los dolores te mantienen Humano!!!
¡¡¡El fracaso te mantiene humilde!!!
¡¡¡El éxito te mantiene brillante!!!
Pero solo, la fe te mantiene en marcha.
A veces no estas satisfecho con tu vida, mientras que muchas personas de este mundo sueñan con poder tener tu vida.
Un niño en una granja ve un avión que le sobrevuela y sueña con volar. Pero, el piloto de ese avión, sobrevuela la granja y sueña con volver a casa.
¡¡¡Así es la vida!!! Disfruta la tuya...
Si la riqueza es el secreto de la felicidad, los ricos deberían estar bailando por las calles. Pero solo los niños pobres hacen eso.
Si el poder garantiza la seguridad, los VIPs deberían caminar sin guardaespaldas. Pero muchas veces solo aquellos que viven humildemente, sueñan tranquilos.
Si la belleza y la fama atraen las relaciones ideales, las celebridades deberían tener los mejores matrimonios.
La fe de Dios sostiene.
¡Vive humildemente, camina humildemente y ama con el corazón!...
SONRÍE SIEMPRE
Sonríe a los niños en homenaje a su inocencia.
Sonríe a los débiles para darles coraje.
Sonríe a los enfermos para calmar su dolor.
Sonríe a los tristes para contagiarles tu alegría.
Sonríe a los amargados para endulzarles sus días.
Sonríe a los egoístas para enseñarles a dar.
Sonríe a todos, porque una sonrisa no cuesta nada y sin embargo puede mucho.
¿CUATRO FORMAS DE SEMBRAR FE DE DIOS?
PRIMERA:
Tomé la mano a un niño pequeño. Deseaba guiarlo al “Padre”. “¡Guiarlo al Padre!”, me emocionaba, tan grande me parecía la responsabilidad.
Comencé a hablarle al niño del Padre. Hablaba solo de Él. Quería hacer un buen trabajo. Con palabras trazaba los rasgos severos en la cara del Padre, en el caso de que el niño no le obedeciera.
Paseábamos entre árboles altos. Le decía que el Padre tiene poder para destruirlos con rayos y truenos. Con reverencia el niño los miraba.
Paseábamos por la luz del sol. Yo le hablaba del Gran Padre, que hizo el sol ardiente y abrasador.
Y después, en la luz del crepúsculo, encontramos al Padre.
El Niño se escondía temeroso detrás de mí. No miraba su cara, ni su sonrisa amorosa, porque solo recordaba la cara severa que yo le había trazado. No quería poner su mano en la mano del Padre. Yo estaba entre el niño y el Padre. Me dolía ver la pared entre ellos. Me preguntaba: "¿Habré sido demasiado escrupuloso, demasiado severo? ¿Qué estoy sembrando?"
SEGUNDA:
Tomé la mano de un niño pequeño en la mía. Debía llevarlo al Padre. Sentía un peso sobre mí, “taaantas” cosas había para enseñarle.
No perdimos el tiempo. Sin descansar íbamos deprisa de un lado a otro. Por un momento comparábamos las hojas de los árboles, un momento más tarde analizábamos un nido de pájaros. Mientras que el niño aún hacía preguntas, yo lo mandaba para cazar una mariposa. Cansado se quiso acostar, pero no lo dejaba, pues no podía perderse cosa alguna, que según mi parecer, tendría que ver. Hablamos mucho y apurados del Padre. Yo le abrumaba con muchas historias de Él, que debería aprender. Sin embargo a menudo se interrumpió nuestra charla por el soplo del viento, sobre el cual teníamos que hablar; por el brillo de las estrellas, que teníamos que observar; por el murmullo del arroyo, del cual teníamos que buscar la fuente.
Después en la luz tenue del sol que se ocultaba, encontramos al Padre. El niño apenas podía atender. El Padre le invitaba con amor a tomar su mano, pero el niño no estaba interesado. Sus cachetes colorados ardían con fiebre. Agotado se recostó en el piso y se durmió.
Nuevamente estaba entre el niño y el Padre. ¿Por qué? me preguntaba yo. Le había enseñado tanto del Padre. ¿Qué estoy sembrando?"
TERCERA:
Tomaba la mano pequeña de un niño en la mía para guiarlo al Padre. Tenía temor de ser demasiado exigente y causarle algún trauma. Lo invité para ir a ver la creación del Padre, pero no quiso. Me pidió jugar con la computadora. Aunque ya había pasado dos horas en la mañana con ella, se lo permití, no quería interferir en su desarrollo. Después le invité a que probara una de las manzanas deliciosas que hizo el Padre, pero no quiso, en su lugar me pidió unas papitas fritas. A media tarde se pudo ver uno de los preciosos arco iris, que el Padre pone en el cielo cuando llueve. Lo llamé para verlo, vino de mala gana. Cuando lo vio, dijo: “¿Y qué?” En la tarde lo invité para salir a mirar la puesta del sol, pero no quiso, pues quería mirar la tele.
Después vino el Padre y se puso en la puerta de la casa. El niño lo vio y me llamó, diciendo: “Hay una persona extraña en la puerta,” y siguió mirando su programa. A mí me dolió, que no lo reconociera. Me preguntaba: “¿Cómo podría preparar mejor a este niño para que no pierda la oportunidad de conocer y encontrarse con el Padre?” ¿Qué estoy sembrando?"
CUARTA:
Tomaba la mano pequeña de un niño en la mía para guiarlo al Padre. Mi corazón rebozaba de gratitud por este privilegio. A paso lento paseábamos por la creación del Padre. Yo ajustaba mis pasos a los pequeños pasitos del niño. Hablábamos de las cosas que el niño veía. A veces era uno de los pájaros del Padre. Observábamos como edificaban su nido; vimos los huevitos, que puso la mamá pájaro. Después vimos los pichoncitos, bien cuidados y abastecidos y nos alegrábamos por el cuidado amoroso de los papás pájaros. A veces tomábamos una de las flores del Padre. Gozábamos su dulce aroma, acariciábamos sus suaves pétalos y nos divertíamos con sus brillantes colores. Muchas veces contábamos historias del Padre. Las contábamos una y otra vez y nos alegrábamos con ellas. A veces hacíamos un recreo para descansar. Sentados en el suave pasto, nos reclinábamos por algún árbol y permitíamos que la brisa del viento nos refrescara la cara. No había necesidad de hablar. Y después en la tardecita, a la puesta del sol, encontramos al Padre. Los ojos del niño brillaban al verlo. Levantó su carita y miró con amor y confianza la sonriente cara del Padre. Puso su mano en la mano del Padre.
A mí me había olvidado en este momento. Yo me sentí realizado.
De "Christian Nurture", Escrito por Alta Mae Erb,
Traducido y ampliado por H.W.
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